Amo Quiero a una mujer tonta
que se queda en mis ripios
sin querer asomarse a las praderas.
Que me juzga y me condena
sin querer compartir mi delito.
Que supone y sabe
pero no presagia.
Amo Quiero a esta mujer libremente,
aunque (ella) vea distorsionada
mi realidad,
aunque no quiera entrar en mi fantasía,
aunque me cierre la puerta
sin querer saber que yo no las tengo para ella.
La amo quiero y, sin darme cuenta,
voy atando sutilmente una soga
(fina como las palabras)
que se adhiere cómodamente a su corazón.
Y cada vez que me mata se muere.
Y cada vez que me acusa se llora.
Y cada vez que yo escribo esto
pienso
en que amo quiero a una mujer tonta y no tengo tiempo
ni para quedarme ni para saberlo,
apenas para un roce, apenas para un templo.
Pues, entonces, no sé hasta cuándo,
pero amo quiero a una mujer tonta,
en tanto sigo siendo infinitamente más tonto que ella.
«Tonto amor», Iván Tamayo, 1999