Comienza el segundo siguiente, y todo vuelve a escucharse, a moverse, a suceder. Ése es el momento en que maldigo que nadie haya inventado aún una cámara que vea a través de nuestros ojos, que nadie note que la llevamos (para no arruinar la espontaneidad), y que se dispare apenas con desear atrapar esa imagen. Un clic infinitesimal, un rayito de luz atrapado en plena travesura, una emoción captada con el sabor de lo irrepetible.
Cosas que he escrito, recuerdos de papel, tiempos de anamnesia, ficción como ejercicio.
(Imagen: Hilal Kaçmaz, Turquía)