Desnudo, hambriento y con sed
paseo por los rieles del abismo
sin apartar la copa eufórica
sin ocultarme de la sombra de mí mismo;
con brazos colgados a mi cuerpo,
con cartas marcadas del destino,
tentando a un dios ventrílocuo
y respirando el cotidiano ridículo,
sabiéndome más antiséptico que antes,
dudando si soy un ángel antiquísimo
que llena hoy de luces los refugios
o que mañana se disfraza de raquítico
se derrite la manteca a fuego lento
y no para el cronómetro fatídico.
«Tarjeta de crédito», Iván Tamayo, Concepción, 14 de feb. 1997