Si no hubieras sido tú, ese día. Si hubieras pasado de largo, para no arrepentirte después.
Cosas que he escrito, recuerdos de papel, tiempos de anamnesia, ficción como ejercicio.
(Imagen: Hilal Kaçmaz, Turquía)
Cosas que he escrito, recuerdos de papel, tiempos de anamnesia, ficción como ejercicio.
(Imagen: Hilal Kaçmaz, Turquía)
Comienza el segundo siguiente, y todo vuelve a escucharse, a moverse, a suceder. Ése es el momento en que maldigo que nadie haya inventado aún una cámara que vea a través de nuestros ojos, que nadie note que la llevamos (para no arruinar la espontaneidad), y que se dispare apenas con desear atrapar esa imagen. Un clic infinitesimal, un rayito de luz atrapado en plena travesura, una emoción captada con el sabor de lo irrepetible.
Quiero volver a viajar en tren, sentado en la escalinata de la entrada, rumbo al sur, sin distinguir apenas nada durante la noche, pero oliendo el sudor vegetal del sur, la humedad entrañable del sur. Quiero volver a caminar aunque sea una vez más por esas calles de niño, oler la tienda de dulces del barrio de la escuelita, escuchar los cascos de los caballos del lechero en el pavimento húmedo.
Desnudo, hambriento y con sed/ paseo por los rieles del abismo/ sin apartar la copa eufórica/ sin ocultarme de la sombra de mí mismo;/ con brazos colgados a mi cuerpo,/ con cartas marcadas del destino...
Amo Quiero a esta mujer libremente,/ aunque (ella) vea distorsionada/ mi realidad,/ aunque no quiera entrar en mi fantasía,/ aunque me cierre la puerta/ sin querer saber que yo no las tengo para ella./ La amo quiero y, sin darme cuenta,/ voy atando sutilmente una soga/ (fina como las palabras)/ que se adhiere cómodamente a su corazón.
Quedarse en los pasos de esa mujer que avanza como si fuera el primer día del año, irse con ella en la suela de sus zapatos, esperar la llegada probable, anunciar el saludo deseable, buscar con las manos y encontrar otra vez esa sensación antigua de haber estado allí, antes, en otro cuerpo quizás, con otros aromas. Perdonar, no abarcar, impedir, no aguantar.
Por un golpe de voluntad, justo antes de enloquecer de dolor, todo puede ser cambiado. No es cierto que se tiene que soportar el sufrimiento, ni que se deba empeñar el alma en la inútil tarea de amar a un corazón que ha envejecido.
He vivido viendo cómo esa bala viene apuntando directamente a mi centro. He pensado mucho si correr o quedarme, he perdido mucho tiempo en eso. Y hoy, tardía pero no irremediablemente, estoy quitándole el cuerpo a la trayectoria que dibuja el proyectil que disparé hace tantos años.