Eso de "Usa Facebook para mantenerte en contacto con tus amigos y tu familia", a primera, segunda y tercera vista me pareció una soberana estupidez. O sea, ¿necesito registrarme en una web para no perder el contacto con mis hermanos, por ejemplo? Y si lo hubiera perdido, al menos alguna poderosa razón habría, ¿no?
Facebook, Flickr o p’tas que estamos viejos
Daniela Mercury y Vania Abreu: «Sua estupidez» (de Roberto Carlos)

Você tem que acreditar em mim /Ninguém pode destruir assim/ Um grande amor/ Näo dê ouvidos à maldade alheia/ E creia/ Sua estupidez não lhe deixa ver que eu te amo/ Meu bem/ Meu bem/ Use a inteligência uma vez só/ Quantos idiotas vivem só/ Sem ter amor/ E você vai ficar também sozinha/ E eu sei porque/ Sua estupidez não lhe deixa ver que eu te amo
Lalo Mir: «Nafta para apagar las brasas»

La Casa Blanca va a matar a mansalva, mañana, a más tardar, la salvajada afgana va a mascar la manzana más amarga, va a pagar cara tanta alabanza santa. Para aplacar la mala, para amansar a tanta manada atrasada, las altas planas van a arrasar cada casa, cada carpa, van a aplastar hasta las caravanas.
De la Teva a la Maga, de buscar y encontrar y «El Alquimista»
La idea era simple, demasiado simple para ser verdad: "Tienes que imaginar aquello que buscas, imaginarlo sin pensar en la posibilidad de no encontrarlo, imaginarlo como si ya estuviera en tus manos. Cuando lo visualices, lo tendrás".
Vicente Huidobro: «Altazor» (Canto II)
Te hallé como una lágrima en un libro olvidado/ Con tu nombre sensible desde antes en mi pecho/ Tu nombre hecho del ruido de palomas que se vuelan/ Traes en ti el recuerdo de otras vidas más altas/ De un Dios encontrado en alguna parte/ Y al fondo de ti misma recuerdas que eras tú/ El pájaro de antaño en la clave del poeta
Tres tristes trenes
Mil seiscientas personas, y cuarenta millones más de ciudadanos de España, han pagado el precio de tu sordera, de tu obstinación por sumarte a la macabra estrategia de la guerra. Mil seiscientos españoles e inmigrantes, heridos de muerte y muertos en vida, han pagado tu tributo, el tributo del incauto que ha creído en armas inexistentes, en laboratorios móviles, en investigaciones con resultados preestablecidos, en destituir una tiranía que hasta hoy no es peor que tu democracia.
Mario Benedetti: «Picazones y rascacielos»
Según parece, los cielos sufren a menudo de picazones. Bueno, para eso están los rascacielos. A ciertos cielos tenebrosos, como el de Nueva York, los rasca el Empire State Building, que ha suplido en esas funciones a las desdichadas Torres Gemelas.
Tarjeta de crédito
Desnudo, hambriento y con sed/ paseo por los rieles del abismo/ sin apartar la copa eufórica/ sin ocultarme de la sombra de mí mismo;/ con brazos colgados a mi cuerpo,/ con cartas marcadas del destino...
Tonto amor
Amo Quiero a esta mujer libremente,/ aunque (ella) vea distorsionada/ mi realidad,/ aunque no quiera entrar en mi fantasía,/ aunque me cierre la puerta/ sin querer saber que yo no las tengo para ella./ La amo quiero y, sin darme cuenta,/ voy atando sutilmente una soga/ (fina como las palabras)/ que se adhiere cómodamente a su corazón.
Mauricio Redolés: «¿Quién mató a Gaete?»
San Pablo: «Supremacía del amor»
Si hablo las lenguas de los hombres y aún de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido.
¿Cómo se hace?
Quedarse en los pasos de esa mujer que avanza como si fuera el primer día del año, irse con ella en la suela de sus zapatos, esperar la llegada probable, anunciar el saludo deseable, buscar con las manos y encontrar otra vez esa sensación antigua de haber estado allí, antes, en otro cuerpo quizás, con otros aromas. Perdonar, no abarcar, impedir, no aguantar.