Recuerdo muy bien la primera vez que te vi bailar, recuerdo tu sonrisa disfrutándolo, la cara de coro de tus hermanos, y tus giros tan interminables como divertidos. Recuerdo también haber visto con asombro ese paso de baile en que parecías caminar sobre una cinta deslizante, o el moonwalk, o detenerte en el medio del escenario e inclinar tu cuerpo hasta casi la diagonal.
Tú, Michael, negrito bailarín, el primer negrito que tuvo éxito fuera de la incubadora negra de Motown, el primero en conseguir un estilo indiscutiblemente propio, el emblema de una música pop que fundió acertadamente el ritmo del disco con los brass y las secciones de cuerdas, el último de los talentosos que no necesitaba una cohorte de bailarinas que le ayudara a llenar el escenario. Michael, el dibujito animado siempre acompañado del ratón y la serpiente, el niñito bromista que dio de comer a una familia numerosa, el que nunca quiso dejar de ser Peter Pan.
Antes que la música pop se convirtiera en el aburrido amasijo de máquinas de ritmo que es hoy, fuiste el último músico divertido, el último de los creativos del pop. Don’t Stop ‘Til You Get Enough fue la primera canción que escuché en un equipo de alta fidelidad. Treinta años después, sigo intentando entender qué pasaba por tu mente y la de Quincy Jones al hacer estos arreglos sutiles, finos, llenos de frescura. Y sigo creyendo que era solamente divertirse, amor por la música, curiosidad y talento, de ese que no aparece cada día.
Tú Michael, el primero en saltar del videoclip al cortometraje musical (¿te acuerdas cuánto anunciaban la primera exhibición de Thriller en la televisión?), el primero en hacer un lanzamiento mundial sincronizado (y a los japos los pillabas siempre en plena madrugada), el primero en llevar al escenario el street dance, el último del que se esperaba una renovación constante, con una exigencia más allá de cualquier medida.
Te has ido, a los cincuenta, para no tener que envejecer, para no seguir dando carnaza, para quedarte girando en ese disco single, moviéndote sin cambiar de lugar, sonriendo, siempre sonriendo, como en nuestras fiestas de adolescencia, cuando nos querías enseñar a bailar, cuando tu música nos movía aunque no quisiéramos.
La música de alguna forma hermana a las personas, más allá de cualquier otra consideración. Por eso te digo que nos volveremos a ver, negrito bailarín, y que te doy las gracias por todos los buenísimos momentos en que estuviste.
Hasta pronto.
Iván Tamayo
26 de junio de 2009
Hay mucha ternura y respeto en tu despedida Iván. Yo también admiro a Michael. Puro talento musical natural. Su final a los 50 desvela que pagó un alto precio. Algo que nunca entendí fue su obsesión por remoldear su rostro. Hay una falta de aceptación profunda en esa acción y desvela un inmenso sufrimiento interior. Good bye Michael and thank you very much for all those special musical moments.
Sin olvidar la moda de los calcetines blancos con zapatos negros.