Meirelles, Saramago, «Blindness» y la ceguera blanca

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Puede ser un accidente, pero no puede ser una coincidencia: las películas de Meirelles («Cidade de Deus», «The Constant Gardener» y «Blindness») han llegado en momentos exactos, al menos para lo que he deseado ver en estos tres instantes de mi vida. El sábado pasado he asistido a la única función de «Blindness», dentro del Fecinema de Manresa, y pasada una semana, no consigo quitarme de la mente esa oscuridad.

Un crítico del diario chileno La Tercera iniciaba su reporte de «Ceguera» -como han traducido el título en varios países latinoamericanos- intentando hacer símiles entre las versiones cinematográficas de los libros «La peste», de Camus, y «Los niños de los hombres», de P. D. James. ¿Su punto de partida? Cito textualmente: «novelas que comentan la tragedia de la sociedad moderna ante algún tipo de extraña enfermedad». Gonzalo Maza, que así se llama este genio, debe ser de aquellos «llena-páginas» (que no periodistas) útiles, que no saben leer entre líneas, o que «educan» a sus lectores para que no aprendan esa mala costumbre, especialmente cuando lean libros de gente lúcida como Saramago. Demás está decir que al genio no le agradó la película, ni como film ni como «adaptación cinematográfica», como le ha llamado él.

Teniendo ahora conocimiento de la obra, y tiempo para desquitarme, quiero aclarar algunas cosas usando mi derecho de lector y espectador.

Primero, que estas tres novelas no son homologables en los términos que cita Maza, en absoluto. Porque no tratan de enfermedades, sino de la naturaleza humana. Y no son obras que intenten acotar al hombre a una sociedad moderna, sino precisamente valiéndose de otras épocas o de megápolis anónimas, intentan dibujar el paisaje del alma humana, con perspectivas más o menos objetivas, más o menos esperanzadoras, más o menos descarnadas pero, en general, nada de autocomplacientes.

Segundo, Maza juega al transgresor al afirmar que Meirelles (Sâo Paulo, 1955) es incapaz de proponer una mirada y de faltarle el respeto a lo que está contando, porque dice que existe un mal entendido «respeto a la novela original». Sin embargo, me parece su miopía le hace olvidar que está hablando de un narrador que, lejos de desaparecer de la escena conforme envejece, se muestra aún más activo al parecer que antes de ganar el Premio Nobel (cosa que pocos Nobel podrían decir). Estamos hablando de una persona capaz de ponernos frente al espejo como especie, de evidenciarnos sin posibilidad de contrarrespuesta lo que somos como individuos, y lo que hemos podido llegar a ser como colectivo. Por encima de razas, de idiomas, de ideales, de niveles y todas esas artificialidades sociales históricas. ¿Habrá faltado algo en la imagen que Saramago ha tenido para escribir «Ensayo sobre la ceguera»? ¿Sería necesario que Meirelles reinventara algo de esa inmensa imagen que es el libro?

Tercero: sencillamente, no creo que haya mejor crítica a la obra de Meirelles que la que ha hecho Saramago al final de la función privada en que le fue presentado el filme. Y, en este caso, a buen entendedor, pocas palabras:

Finalmente, un apunte sobre la crítica cultural chilena. Creo que debe haber un cierto espíritu revanchista entre los críticos chilenos de los medios periodísticos tradicionales: una cierta cantidad de ellos habrían querido hacer arte, pero a falta de pan, buenas son las críticas. Abunda la imprecisión y la vaguedad de conceptos, en general no emiten opiniones sino juicios. Y, lamentablemente, en Chile se sigue entendiendo la crítica como un juicio, obligatoriamente destructivo, de la misma forma que discutir siempre lleva la intencionalidad de imponer argumentos, no la de ampliar el horizonte. Ridículamente, parece que los críticos de cine viven aburridos de ver malas películas, de rascar asientos y «tener que ir» a cada función. Pareciera que el mejor cine es el que se escribe en las críticas de los diarios, no el que se ve en las pantallas. Y sabemos que no es así.

Rescato de «Blindness» la perspectiva de Meirelles, su fotografía (que vengo siguiendo desde «Ciudad de Dios»), su forma de aterrarnos a oscuras, sin imágenes, solamente tirando de nuestros miedos. En cierto modo, Meirelles consigue volver a meternos a la caverna de Platón, y volvemos a reclamar aquel tiempo mejor en que creíamos en las sombras, cuando no conocíamos esta ceguera blanca. Su visión sobre el poder burocrático -al cual esta ceguera es inmune- sigue siendo una de sus aristas más notables.

De Saramago qué puedo decir… Que es el último lúcido desarraigado, un mítico desmitificador. Que se vence a sí mismo, que se busca en esos retratos que construye, pero que sabe que no puede dejar de ser al menos objetivo, cuando no cruel. Cruel como un espejo, como esa verdad que no puedes relativizar. Curioso, inquieto, niño y viejo a la vez.

Ahora espero leer su novela «El viaje del elefante», recién aparecida, de la que ha dicho que es su novela más llena de vida ante la cercanía de la muerte. Veremos qué nos cuenta este inquieto jovencito de 86 años.

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por Iván Tamayo

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