Según parece, los cielos sufren a menudo de picazones. Bueno, para eso están los rascacielos. A ciertos cielos tenebrosos, como el de Nueva York, los rasca el Empire State Building, que ha suplido en esas funciones a las desdichadas Torres Gemelas. Por su parte, al humilde cielito de Montevideo, que también sufre de picazones, lo rasca el Palacio Salvo.
Los rascacielos no desaparecen con antialérgicos; sólo son sensibles a los terremotos.
A veces, cuando los rascacielos exageran su trabajo contra el firmamento, entonces llueve, los grandes edificios chorrean y la pobreza abre su paraguas.
Sé de una muchacha que es un cielo y al parecer le pica el alma. Quiero ser rascacielo.
Mario Benedetti
«Picazones y rascacielos»
En «Vivir adrede», 2007