La radio Sanyo de papá y la costumbre de escuchar programas

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De niño mi pasión por la radiofonía se traducía en escuchar hasta altas horas de la noche cualquier emisora internacional que se pudiera captar con un receptor de la marca Sanyo que tenía mi padre. Era pequeñito, de transistores, no como el Grundig de tubos, grande, que había en casa de mi amigo Andrés. Funcionaba con baterías, pero mi papá había conseguido enchufarlo a un transformador que era un cubo de tres caras verdes y tres blancas que decía «4,5V». No tenía más bandas que SW y AM y tampoco tenía antena, así que él le enganchaba un alambre y lo ubicaba cerca de una ventana hasta ubicar el programa «Escucha, Chile» en Radio Moscú, emisión nocturna de la resistencia chilena contra Pinochet.

Cuando no estaba emitiendo ese programa, Radio Moscú continuaba con su programación habitual, en ruso, y era pecado mortal intentar siquiera pensar en sintonizar otra radio; el trabajo de volver a dar con la radio rusa en cuestión significaba tantas piruetas, maniobras y malabares para papá, que era mejor que se pudiera escuchar de inmediato el programita. Para no perder ese punto, la rueda de la sintonía tenía una marca que se correspondía con una marca en la caja del aparato, así era algo más fácil escuchar los chirridos y pitidos que a veces dejaban escuchar unas voces con ecos, con interferencias, lejanas y con tonos enérgicos.

Creo que así me acostumbré a escuchar otros idiomas, algunos de los cuales sigo sin entender. No sé por qué insistía en escuchar ruso, por ejemplo, y no buscaba otro que se pareciera algo más al castellano. Así también me acostumbré a escuchar radios de onda corta (¿por qué se llamará onda corta si son emisiones internacionales?), oculto bajo las sábanas, a bajísimo volumen, con el altavoz marcado en la oreja, hasta altas horas de la noche: no podía ser a otra hora, es parte de la condición de haber nacido en el hemisferio sur, a la altura del culo del mundo.

Durante el día escuchábamos las emisoras nacionales, Radio Chilena y Radio Portales. La primera porque ponían músicas que le gustaban a mi madre, la segunda porque a las 9, a las 12 y a las 20 horas ponían unos radioteatros con historias de amor («El espejito») y con cuentos y leyendas chilenas («Lo que cuenta el viento»). Más tarde, a las 22 horas, pasaban «El Siniestro Dr. Mortis», un radioteatro de terror del que no pasamos nunca de la carcajada diabólica de la presentación del programa, carcajada que yo hacía escuchar a mi hermano pequeño para aterrorizarlo. Lo confieso.

Me acostumbré a escuchar programas en la radio, nunca he soportado eso que llaman magazines radiales, en que un locutor insoportablemente llena el espacio entre canción y canción, sin un guión, sin un hilo conductor. Así aprendí la diferencia entre locutores y conductores.

Mi último ídolo radial en Chile, antes de venir a España, fue el argentino Lalo Mir, que había sido importado por la Radio Concierto, donde grababa un programa llamado Argentina Rock, en pleno auge de la música rock en español, especialmente en el cono sur de Latinoamérica. Sucedió que la dictadura militar argentina, necesitada de apoyos y buscando poner una cortina de humo sobre los crímenes, invadió las islas Malvinas, territorio británico en el extremo austral del continente. La idea era fomentar el nacionalismo, reunir a los argentinos con una causa común: la recuperación de la soberanía frente al invasor (estrategia común a todas las dictaduras en crisis de imagen). Creyeron que la distancia les favorecería, pero los ingleses reaccionaron declarando la guerra, así que los astutos dictadores prohibieron toda emisión radial en inglés. Eso favoreció al ambiente musical, a los grupos que llevaban años desarrollándose en semi oscuridad, en plan alternativo, y generó un movimiento fuerte en los años ’80, influenciado por las bandas del rock, new wave, punk y post-punk inglés, curiosamente. Si antes de los ’80 todos querían aprender a tocar la guitarra después de escuchar clandestinamente a Silvio Rodríguez, durante el movimiento rock sudamericano todos querían sonar con la fuerza de The Police y darle a los tarros con el talento de Stewart Copeland.

Lalo Mir creaba programas de radio entretenidísimos, supongo que aún lo consigue. Uno de sus conceptos (preciosos) era que «al hacer un programa, te están dando 60 minutos de silencio, sobre los cuales tienes que componer una obra usando canciones, pausas, palabras, efectos, sonidos». Decían en la Radio Concierto que la mente de Mir no paraba, que en cada cajón podías encontrar un trozo de papel donde había anotado alguna idea, algún trozo de programa, una frase o simplemente un dibujo. «Planeta Piraña» fue el último programa que escuché de él, y me emocioné con la inmensa imaginación de sus personajes, de su planeta fantasma, de sus aparatos tecnológicos de visión remota, con su enorme creatividad. No por nada siempre se ha definido como «animal de radio». Con él aprendí la diferencia entre conductores y comunicadores.

Perdí hace tiempo la costumbre de escuchar programas, de seguirlos. Sin embargo, aquí en España me he hecho secreto y esporádico admirador del trabajo de la Radio 3, de Radio Nacional de España, porque tienen programas. Muchos. Variados. Temáticos. En «El Ambigú» escuché por primera vez a Múm el día después de los atentados a los trenes en Madrid, el 12 de marzo de 2004. En «Radio Babel» me emocioné escuchando un homenaje a Inti Illimani, en que los citaban como referencia en el ambiente musical latinoamericano. Y me he divertido escuchando trocitos de radioteatros que pasaban en las continuidades, entre programa y programa.

Hoy dediqué un momento a buscar en sus archivos en internet, y he dado con una emisión llamada «Pachamama», que ha tenido como tema central el movimiento musical pernambucano, en el nordeste brasileño, a propósito de una entrevista al vocalista de Mundo Livre S/A. Una hora llena de cultura, de música asociada al desarollo sociocultural, de manifiesto, de gente que sabe lo que hace. Y de canciones de Paralamas, de Naçâo Zumbi con Chico Science y de Mundo Livre S/A por supuesto.

Radio, música, Brasil y programas, es una excelente mezcla para mí, para un viernes al atardecer.

Bienvenidos!

Audio de Radio 3, programa Pachamama, 21-11-2008

comentario

  • recordar el «planeta Piraña», trae a mi la adolescencia y extravagancia de buscar una definición personal, creo también haber síntonizado el «siniestro dr. Mortis», con el grujir de puertas y todos los efectos de la radio teatro. Gracias por tu nota 😉

por Iván Tamayo

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