A pesar de llevar radicado casi 8 años en Catalunya, y de ser ésta una de sus tradiciones más preciadas y difundidas, nunca había presenciado la actuación de una colla castellera. Había visto muchas fotografías de castells, algunos vídeos en la tv, y presuponía que sería algo bastante entretenido y emocionante. Ayer, domingo 31 de agosto, fue la primera vez que estuve en una Diada Castellera, como parte de la celebración de la Fiesta Mayor de Manresa. Y reconozco que me quedé corto, muy corto con las ideas preliminares.
Ver llegar gente de todas las edades, todos vestidos con los elementos distintivos de cada grupo, desde pequeños nacidos hace pocas semanas en sus cochecitos, hasta abuelos que ya pasan los 70 años, impresiona y te da una idea de familia que pocas veces se siente tan fuerte. Es precioso verles relacionarse entre ellos como una sola familia, sin distinguir ya si aquel niñito es hijo de la que toca el tambor o de la que subirá en pocos minutos más en uno de los castells. Y es aún más fuerte que ese espíritu lo transmitan y lo sientas mientras estás a su lado, haciendo parte del grupo accidentalmente porque no queda sitio en otra parte, o porque estás en uno de los pocos lugares desde donde puedes obtener buenas fotos.
Muchas sonrisas, muchos abrazos, complicidad al 100%, de esa complicidad que te permite jugarte un par de huesos confiando ciegamente en aquel que va contigo. Y no te fijes en los colores, a la hora de hacer piña todos son iguales e, incluso, si la otra colla está intentando algo complicado, todos sentirán la necesidad de ayudar. Eso, sin duda.
Los castells tienen una magia y una filosofía profunda que me ha impactado. Porque no responden a la estructura tradicional de las asociaciones humanas, ni mucho menos al esquema piramidal que podríamos deducir viendo las formas que construyen. Es más, invierten esa estructura tradicional y la derriban jugando a construir. Vamos por partes: en una organización tradicional, la experiencia y los años (cuando no el apellido) hacen que subas en la pirámide hacia una altura que siempre implica poder. Sin embargo, en un castell son los menos experimentados, los más jóvenes, quienes se elevan a la cima. Es decir que, en una colla castellera, mientras más viejo y experimentado seas, más cerca de la base estarás. Como las raíces de un árbol.
Impresiona la fuerza que se despliega en un castell, e impresiona al mismo tiempo la fragilidad de la construcción. Todos son importantes a la hora de construir, ninguno destaca más que otro. El fallo de uno que está en la pinya resulta igual al del que va subiendo en la torre.
Emociona ver la forma de la pinya, esa maraña ordenada de brazos y manos, apuntando hacia el centro que será la base de la torre, como cientos de raíces vivas, tensas, llenas de fuerza. Ver las cabezas apoyadas de costado en la espalda del que está delante, sin mirar hacia arriba, sólo empujando para que la base tenga la fuerza que equilibre la torre. De alguna forma llegas a sentir que es la fuerza de la pinya la que está formando una torre, como si fuera un volcán domesticado al que basta montarse para que te eleve casi hasta el cielo.
Y, mientras todo eso sucede, no paras de pedir que sea rápido, que no falle nada, que no caiga el castell. Porque acabas de hablar con el joven que ahora está subiendo y es parte del tercer o cuarto piso, o acabas de ver riendo a la pequeña que tiene la misión de llegar arriba y erguirse con la mano levantada para coronar el esfuerzo. Y te da miedo que caigan, tanto que casi crees que haciendo fuerza mental ayudarás a la pinya, mientras haces las fotos que servirán como prueba del éxito. Sufres, increíblemente sufres cuando el castell estaba a punto y caen, y gritas un poco por los nervios, pero cuando ves que todos están bien te da rabia, casi lloras de rabia porque sabes que, en esa caída, se han ido horas, días de ensayo, de cálculo, de preparación. Eso te demuestra otra virtud de los castells: no es necesario conocer a alguien para compartir su pena o su inmensa alegría.
La colla Margeners de Guissona intentaba ayer por primera vez una formación bastante difícil (soy neófito y no he memorizado el nombre, pero Eric me ha confirmado que fue un 4 de 7 amb agulla), y lo consiguieron. Mientras la pequeñita que coronaba la torre estaba arriba, una amiguita suya, de la misma edad, casi no respiraba mirándola. Cuando bajó por fin, y en medio de la celebración de todos, la que se había quedado abajo se hizo un lugar entre los mayores, llegó donde su amiguita triunfadora, la abrazó y echó a llorar. Me quedé con esa imagen de bienvenida, de profundo cariño, de amistad pura y de felicidad. Pocas veces he visto un gesto tan hermoso y espontáneo.
Gracias, Margeners de Guissona, por haber puesto el lujo en esta, «mi primera vez». También mis felicitaciones a Tirallongues de Manresa y Castellers de Barcelona, los otros dos protagonistas de la fiesta de ayer.
Gracias, Josep por tus palabras. Muchas gracias a ti y, a través tuyo, a Margeners de Guissona, por llevar adelante esta pasión y por compartirla con todos nosotros.
Mucha fuerza y castells!
Gràcies Ivan per haver vingut a veure com feiem castells.
M’agrada com ho descrius, la bellesa de les teves paraules, impregnades d’emoció i de sensibilitat.
Grácias por hablar de castells.
jms/Margener